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9 de octubre de 2020

Cuaderno de invierno

 


“Hay algo profundamente humano en el cansancio”. Con esta afirmación se inicia uno de los bellos poemas contenidos en Cuaderno de invierno de José Luis Cancho, publicado recientemente por la editorial Papeles Mínimos. “El cansancio invita a la contemplación”, continúa el texto. Me parece oportuno mencionar estas dos frases porque, a mi entender, sintetizan muy bien el tono de este libro. Un libro donde Cancho recoge los poemas de una vida, observada atenta y pausadamente desde el presente, manteniendo una delicada distancia entre el escritor y el objeto poético. 
 
Si en las páginas iniciales de su libro anterior Refugios de la memoria -una joya que recomiendo leer- anunciaba que su proyecto era escribir desde la perspectiva de un muerto -propósito que logra felizmente-, también en Cuaderno de invierno escribe como quien observa imágenes conservadas en el pecho. Apunta Gaston Bachelard en su ensayo La poesía del espacio que “la imagen poética surge del corazón, del alma, del ser del hombre captado en su actualidad” y eso es precisamente lo que encontramos en Cuaderno de inverno. No es casual que os traiga esta cita de Bachelard pues el propio Cancho nos muestra también su influencia reproduciendo en la primera página del libro la imagen de su mesa de trabajo donde, entre otros, aparece el ensayo. 
 
El poemario está estructurado en cinco partes, aunque solo las tres centrales lleven título: “Del frío”, “Del abandono” y “De la nieve”. Tres poemas conforman la primera parte del libro a modo de introducción, cinco y una sugerente poética la segunda, otros cinco la tercera, cinco más la cuarta y diecisiete la quinta. Como me gusta dilucidar lo que toda ordenación comunica, esta me evoca una frase de Bolaño: “la libertad es como un número primo”.
 
Abundan las imágenes en los poemas de Cancho. La de la lluvia es reincidente. Una lluvia fina que va calando en el cuerpo como esos recuerdos recurrentes que calan en la memoria, esas “cadenas sin nombre” a las que se refiere en alguna oportunidad el autor. Pero, en contraste, también aparece reiteradamente la luz -la otra cara de la moneda- y paisajes, colores o climas que hace confluir con el ánimo. Transitamos a través de sus páginas por países y afectos lejanos, por esa vida nómada a la que optó, no solo en un único sentido. Y, claro, sus versos también cantan al tiempo y al amor, porque “solo de lo perdido canta el hombre”. 
 
Sí, se puede intuir que en sus poemas aparece asimismo la soledad, la tristeza, el dolor, pero en ninguno de ellos encontramos lamentaciones o juicios. Como mencionaba al principio, José Luis Cancho escribe desde la contemplación, como observador, como quien se mira a sí mismo desde el extrañamiento. Su equilibrada escritura, como su mirada, es extremadamente limpia.
 
¡Léanlo!



21 de abril de 2020

Versos que inspiran

"Así, arrancados de la tierra,
ascendimos igual que los astros." 

Anna Ajmátova

Ilustración: Rita Rodríguez

5 de marzo de 2020

Nusch Éluard: La musa callada del surrealismo




Nusch no puede dormir. Desde que se casó con Paul padece insomnio. Tras muchas noches en vigilia, se deja convencer por amigos y visita a un psiquiatra. El médico le dice que deje de lado lo que la inquieta y que escriba un diario al acostarse, pero ella rechaza la sugerencia "el escritor es mi marido, no yo", responde con dulce contundencia. Como segunda opción le aconseja que se lleve a la cama un cuaderno y que se relaje dibujando hasta conciliar el sueño. Nusch responde que no sabe dibujar, que ella no tiene talento de artista, que eso la pondría aún más nerviosa. Y regresa a su casa con las manos vacías, sin antídoto alguno para combatir su mal. 

Sin embargo, una noche, mientras hojea revistas, se levanta de la cama, toma unas tijeras y empieza a recortar fotografías, las recoloca sobre tarjetas y añade, a su elección, nuevos elementos. Nace así su afición por los collages. Nacen así bellísimas composiciones que quedaron ocultas al mundo durante mucho tiempo. Algunas de ellas, incluso, fueron erróneamente atribuidas a Paul Éluard. El editor Timothy Baum llevó a cabo una apasionante investigación para recopilar e inventariar los collages de Nusch, hoy propiedad de coleccionistas privados, y los publicó en un libro titulado Collage Dreams (1978).

Su obra queda en la sombra. No habla de Nusch Éluard la historia del arte, salvo como fuente viva de inspiración de no pocos artistas surrealistas que la inmortalizaron en poemas, dibujos, pinturas, esculturas y multitud de fotografías.

En efecto, el propio Paul Éluard —el poeta del amor— escribe miles de versos inspirados en ella. Los cincuenta y cuatro primeros poemas que le dedica están recogidos en la antología La vie immédiate publicada en 1932. Pero no es el único que siente la fuerza inspiradora de Nusch. Su rostro y su cuerpo atrae, entre otros, a pintores como Pablo Picasso, René Magritte, Salvador Dalí, Roland Penrose o Joan Miró, a escultores como Apel·les Fenosa y a grandes fotógrafos como Man Ray o Dora Maar.

¿Pero quién habitaba el cuerpo de esta mujer múltiple, dulce y enigmática a la que tantos amaban? 

Maria Benz llega al mundo el primer día de verano de 1906. Lo hace en el seno de una familia humilde de Mulhouse (Alsacia), entonces bajo administración alemana. Pronto se ve obligada a sustituir la escuela por el escenario del teatro ambulante que regenta su padre, Auguste Benz, quien la entrena con ahínco en números de acrobacia. Con tan solo diez años, Nusch —sobrenombre que le impone su padre—, se convierte en la protagonista del espectáculo familiar con un número de contorsionismo, ideado especialmente para ella, que causa furor entre el público. Cuatro años más tarde, recibe una propuesta para trabajar en un teatro de Berlín. Su padre la ánima a que se marche. Tiene 14 años. Allí no gana dinero, no pagan a los actores. Compagina, entonces, la actividad de actriz con la de modelo, posando para un editor de tarjetas postales eróticas. Cansada de tanto trabajo y esfuerzo decide regresar a Mulhouse para seguir actuando en el teatro familiar, hasta que en 1928 se traslada a París donde actuará, bajo un nuevo nombre —Maja Benaro—, en un espectáculo de hipnosis en el Teatro del Grand Guignol, especializado en obras de horror. Los días que el teatro está cerrado, deambula sin rumbo por las calles de la ciudad de la luz en busca de dinero con el que poder alimentarse o poder pagar el alquiler de la pequeña habitación donde se hospeda. Se disfraza con bonitos vestidos, zapatos de tacón de aguja y tocados con finas plumas. Todo lo coge del teatro. Acude a bares donde echa las cartas o lee las líneas de la palma de la mano de los clientes a cambio de unas monedas. Lo que haga falta para poder subsistir.

Nusch entra, para quedarse, en la vida de Paul Éluard la tarde del 21 de mayo de 1930. Un encuentro “mágico” que deja deslumbrado al poeta, como le sucediera a su amigo André Bretón con Nadja —símbolo del sueño de tantos surrealistas—. Bretón deja constancia de ese encuentro fascinante con su amiga en el libro Nadja, publicado en 1928, cuyo contenido autobiográfico fue considerado, por algunos, como una enseñanza esotérica sobre el arte de conocer a una mujer. 

Desde la misma tarde del advenimiento, Nusch renuncia a su vida anterior y se entrega, por completo, a los deseos del poeta. Parece no importarle que él siga amando apasionadamente a su exmujer, Gala, con quien mantiene una fluida correspondencia desde que ella lo abandonara en 1929 para irse a vivir a Cadaqués con Salvador Dalí. Con quien mantiene algún que otro encuentro y con quien espera, algún día, volver a vivir, “aunque sea en la distancia”. A Nusch parece no importarle compartir a su amado con otras, con otros. Paul también la comparte a ella con sus amigos. Nusch encarna la libertad sensual a la que canta el poeta. Nusch se pondrá al servicio de su esposo, de sus fantasías. Abrazará su vida sin importarle perder la suya.

En 1931, Paul se la presenta a Man Ray y le sugiere retratarla. Ella va frecuentemente a su taller, posa y éste la fotografía. Su imagen sirve, entre otras cosas, para publicitar alhajas en importantes revistas, como la prestigiosa Harper’s Bazaar.Pero ella nunca habla de su faceta de modelo (como tampoco lo hará sobre ningún otro asunto personal o íntimo). Le basta ver el efecto que las fotografías producen en su marido. En 1935 el propio Éluard publica la antología Facile, un libro compuesto por 12 poemas y 12 fotografías eróticas de Nusch tomadas por Man Ray. 

Después le toca el turno a la gran Dora Maar, quien la retratará de forma muy distinta a como lo hacía Man Ray. Significativo es el fotomontaje que hizo con un retrato de Nusch sobreponiendo en su rostro una tela de araña. En aquel tiempo la fotógrafa mantenía una relación, que acabó siendo tortuosa, con Pablo Picasso quien también se convirtió en retratista y amigo íntimo de Nusch. De nuevo, fue Paul Éluard quien se lo propuso al pintor. 

Poco a poco, a medida que otros artistas —ya los hemos citado— quieren retratarla, Nusch descubre la energía creadora que alberga, la energía que tantos quieren captar. Pero su alma hace tiempo que empezó a resquebrajarse. 

No puede luchar más contra el debilitamiento físico de su esposo. Se ha entregado a otros cuerpos con el único deseo de hacer gozar hasta el éxtasis al de su débil marido. Lo ha abrazado, ha hecho cuerpo con él, convirtiendo su yo en un nosotros absoluto, alienando su existencia. 

Llegan años difíciles. Atrás quedan las reuniones veraniegas y los juegos con amigos surrealistas en Mougins, Saint-Tropez o la isla Saint-Marguerite. La guerra merma aún más la salud de Paul. Dejarán París para trasladarse al campo. Hace frío, pasan hambre. Paul sufre afección pulmonar, también tiene problemas cardiacos. Nusch tampoco se siente bien. En 1939 Paul es movilizado. Ella va de aquí para allá, siguiendo sus pasos, para poder ofrecerle un hogar al que acudir, aunque sea una habitación alquilada. En julio de 1940 lo envían a casa debido a su salud. Se inscribe, de nuevo, en el partido comunista. Se sienten amenazados. Se esconden en pisos de amigos… Y así transitan, juntos, los convulsos años de guerra hasta la liberación de París.

En noviembre de1946 Paul padece una crisis nerviosa y por prescripción médica se retira, solo, a descansar a un hotel de Montana (Suiza). Tres días más tarde, Nusch muere, sola, en su piso de París de una hemorragia cerebral. 

La entierran el 2 de diciembre en el cementerio Père Lachaise, donde aún se pueden leer las dos únicas palabras inscritas en su lápida: Nusch Éluard.


Artículo publicado en 142 Revista Cultural

21 de febrero de 2019

Acerca de la trilogía de Pablo Martín Sánchez



QUI, CUM, UBI o "Biografía Mínima"




Estos tres datos clave (“quién”, “cuándo” y “dónde”) son el germen de la trilogía del escritor Pablo Martín Sánchez, autodenominada “Biografía mínima”, cuyo tercer volumen, según sabemos, está acabando de escribir en la Fondation Jan Michalski (Montricher, Suiza), gracias a una beca. Así, cada libro se gesta a partir de aquello que lo define institucionalmente: su nombre, la fecha y el lugar de nacimiento.

En el primero, El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado, 2012) –elegida como mejor ópera prima por la revista El Cultural del diario El Mundo y traducida recientemente al inglés–, el autor narra la historia de su homónimo. Otro Pablo Martín Sánchez, anarquista militante, nacido en Baracaldo a finales del siglo XIX, concretamente el 26 de enero de 1890, condenado a muerte en garrote vil el 7 de diciembre de 1924 por matar a dos guardia civiles.

Cuenta el autor, en el Prólogo del libro, que tras escribir su nombre y apellidos en el buscador de Google, y descartar las primeras decenas de referencias, encontró un artículo sobre el “suicidio” de un anarquista integrante de una expedición armada que pasó de Francia a España, a través de Vera de Bidasoa, en noviembre del mismo año. Llevado por la curiosidad, empezó a indagar y del resultado de sus investigaciones surge esta apasionante novela histórica.

La narración se desdobla en dos tiempos. Comienza en otoño de 1924, en la imprenta parisina La Fratternelle, donde el protagonista trabaja en el momento en el que se inicia su verdadero activismo. Paralelamente, la novela avanza con la narración del origen, infancia y juventud del personaje hasta que las dos historias confluyen. De esta forma, mediante el relato de la vida del protagonista –como si de una novela galdosiana se tratara–, Pablo Marín Sánchez nos muestra un claro lienzo de la España de los últimos años de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, hasta la caída de Primo de Rivera. Pero no solo presenciamos el retrato de funestos episodios de nuestra historia, de las demagogias y utopías de los políticos, intelectuales y gente común que los protagonizaron y la fisonomía de los lugares donde acaecieron, también, entre sus más de 600 páginas, observamos una nítida pintura de debilidades y pasiones humanas, entre las que no faltan el miedo, la traición, la venganza, la amistad, la compasión y el amor.

Si la estructura de este libro es parte integrante de su frescura y de la red que el autor teje –magistralmente– para atraparnos, también lo es la de Tuyo es el mañana (Acantilado, 2016), segunda entrega de la trilogía. En esta oportunidad, la acción se centra en lo que ocurrió durante las 24 horas del 18 de marzo de 1977, día en el que nació el escritor, como apuntábamos al principio. El relato se divide en seis partes. El mismo número que voces aparecen en él. Seis puntos de vista narrativos que discurren en ambientes diferentes y que se irán entrelazando: el de una niña, Clara, obsesionada con “ponerle nombre” a las cosas, que teme ir al colegio porque sus compañeros no la tratan bien; el de una joven, Carlota, que investiga sobre bebés robados; el de un empresario burgués, José María Raich i Ros de Olano, quien cree ostentar pleno poder para, entre otros muchos abusos, tocarle el trasero a la criada; el de Gerardo, un profesor marcado en cuerpo y alma –figurada y literalmente– por sus ideales políticos; el de un galgo de alta alcurnia venido a menos, Solitario VI; y el de un cuadro voyeur, el de María Dolores Ros de Olano i Figueroa, que lleva cien años observando, con católico espanto, lo que ocurre a su alrededor para verse sustituido, de repente, por uno nuevo. Como hiciera en su anterior novela, el autor nos muestra la sociedad de una época, en esta ocasión la de la transición española, en uno de sus años más convulsos. Un tiempo en el que las matanzas, las torturas, las luchas de poder, el bullyng escolar, el maltrato animal, el acoso sexual, el tráfico de niños… estaban a la orden del día. Graves problemas que desgraciadamente siguen sin estar resueltos. También aquí a través de lo cotidiano se muestra lo social, a través de lo singular se narra lo global. Pero, como en la primera novela, no hay denuncia, solo exposición de los hechos. Será el lector atento quien emita sus propios juicios.

De la tercera entrega poco sabemos, salvo que la acción se situará en Reus -lugar de nacimiento del autor- y en un tiempo futuro. Intuimos, no obstante, que como en las anteriores, mediante la intrahistoria asistiremos a episodios que adivinamos tendrán no pocos paralelismos con nuestra actual sociedad.

Como apunta el lingüista holandés Teun van Dijk, es necesario atender a lo global (la macroestructura) para conocer el sentido último de todo texto. Si prestamos atención a lo general de esta trilogía –aun sin posibilidad de haber leído la última entrega– se puede vislumbrar su sentido. Podemos divisar el hilo con el que el autor une pasado, presente y futuro. Un hilo político-social que, como el de pescar, es “casi” tan imperceptible como imperecedero.

Sobre cómo lo hace, remito a las llamadas artes liberales que se estudiaban en la antigüedad, concretamente al Trivium (tri-vium: tres vías o caminos) que contenía las materias: Gramática (o la habilidad de comprender los hechos), Dialéctica (o la habilidad de relacionar los hechos) y Retórica (o la habilidad de la expresión efectiva de los hechos y la relación entre ellos). Cada una de estas materias de aprendizaje también evolucionaba en tres etapas de desarrollo: El ‘conocimiento’ de la materia (el quién, el cuándo y el dónde de los hechos); la ‘teoría’ de la materia (el porqué de los hechos, la razón) y la ‘práctica’ (la sabiduría para relacionarlos y poder emitir juicios). Todas estas habilidades no solo están presentes en la obra de Pablo Martín Sánchez, sino que el autor invita al lector a que también las ponga en práctica. Él nos facilita las herramientas, nos brinda nuevos datos para ampliar nuestro conocimiento sobre la materia y que los relacionemos entre ellos para poder emitir juicios. Me sumo al sentir de Goethe cuando decía que para entender las grandes creaciones hay que verlas no solo en su conclusión, también en su génesis.

Pablo Martín Sánchez es –hasta la fecha- el único miembro español de Oulipo, acrónimo de Ouvroir de littérature Potentielle (‘taller de literatura potencial”) fundado en París (1960) por el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Un grupo experimental cuyo paradigma es trazar posibles rutas a través de restricciones autoimpuestas que permitan nuevas formas de creación. Entre los componentes de este grupo hallamos nombres, además de los ya citados, como el de Georges Perec, Italo Calvino o Jacques Roubaud, autores sobre los que basó su tesis doctoral Martín Sánchez.

Si la constricción ha dado como resultado estas joyas qué duda cabe que el método es, cuanto menos, muy efectivo.


[Artículo publicado en el primer número de 142 Revista Cultural, edición impresa]


29 de noviembre de 2018

Arte, naturaleza y espiritualidad



Una de las diferencias más significativas entre el arte occidental y el oriental se halla en los métodos formativos, asegura la artista María Eugenia Manrique (galardonada con el gran premio de Sumie en la Exposición Internacional de Caligrafía y Pintura China del Museo de Ansham y con el Bronce Price, premio de pintura Osaka International Triennale, Japón) en la introducción de su último libro Arte, naturaleza y espiritualidad, publicado por Ediciones Kairós.

Mientras que en Occidente la enseñanza académica se centra en una gran variedad de técnicas, el arte oriental habla de las energías del espíritu, de la contemplación de su evolución a partir de un método que se estructura principalmente en la práctica del pincel. Sin embargo, esta diferenciación —asegura— desaparece cuando, concluida la denominada etapa formativa, el artista busca su desarrollo interior en solitario. La formación no es más que un preámbulo y este aspecto es universal, afirma. Tal vez por ello, o como muestra de ello, incluye en su libro citas de célebres pintores románticos occidentales, en cuya obra la representación de la naturaleza es también la manifestación de su sentir, y tal vez por ello también en su escrito le preste más atención a las confluencias entre ambos mundos —que conoce bien— que a las divergencias. Al fin y al cabo todo artista busca entrar en contacto con su “naturaleza interna”.

En una entrevista concedida a RTVE cuenta Manrique que el artista oriental va a la naturaleza a contemplar, pero nunca pinta en ese momento. Es luego, en su estudio, cuando representa los sentimientos que emergen. Su pintura no será realista, aunque aparezcan los paisajes que ha visto, sino naturalista. En esa misma línea, nos explica en el libro cómo en uno de sus viajes a China, durante el ascenso a la cima del Tai Shan, una de las cinco montañas sagradas, se encontró con los llamados “pintores del aire” que entre las brumas que alcanzan las alturas, intentaban captar la grandeza del paisaje en sus manos, siguiendo con ellas los movimientos del pincel, para luego llevar el espíritu de la naturaleza a la pintura, en la soledad y el silencio de su estudio.

Afirma que, pese a que la China actual es un país de extremos, “el trazo único del pincel continúa siendo la máxima expresión de su cultura milenaria, en cuya esencia filosófica se establece la extraordinaria relación existente entre la naturaleza, el arte y la espiritualidad”. Esa esencia filosófica es la que María Eugenia pretende mostrarnos mediante los preciosos textos y pinturas que aparecen en el libro, pues su talento no se refleja solo en el brillante manejo del pincel.

Escribe que “para la filosofía taoísta, el arte ha de establecer un vínculo fundamental entre el ser humano y la naturaleza. Vínculo a través del cual el artista se convierte en mediador, logrando transmitir en cada trazo del pincel su propio paisaje interior en consonancia con lo que recibe de la naturaleza” y añade que “la expresión artística a través del pincel, la pintura, la caligrafía y la poesía puede ser entendida como el resultado de una meditación en acción, en la que la naturaleza confluye junto al ser humano para manifestarse de manera espontánea y natural, pudiendo llevar a la persona al encuentro con su propia esencia o espíritu creativo”.

Un libro precioso para saborear y sobre el que reflexionar.