Entre el abundante número de libros de viajes que se
producen en el siglo XVIII para saciar la curiosidad europea sobre el
continente americano aparece en 1775 en Lima El Lazarillo de ciegos caminantes del santanderino Alonso
Carrió, libro que constituye un magnífico documento para conocer la realidad de
la sociedad americana de su época, eso sí sin perder de vista la perspectiva
colonialista de su autor.
Aun tratándose de un libro de viajes, encontramos en él una
serie de rasgos (notas costumbristas, humor en las descripciones, inserción de
anécdotas personales, citas y referencias a autores clásicos y contemporáneos
del autor…) que lo hacen muy singular dentro de su género. Incluso su propio
título lo es como lo es el hecho de que fuera publicado con falsa licencia, falso lugar de edición, falsa imprenta y bajo falsa
autoría, concretamente la de Calixto Bustamante Inca (‹‹Concolorcorvo››) quien en realidad fue amanuense
de Carrió durante diez meses.
Los motivos reales que llevaron a ello a su verdadero
autor no los sabemos con certeza pero entre los debatidos y
argumentados por los estudiosos bien podríamos aventurarnos a incluir que se tratara de
una licencia poética más para enriquecer su obra.
Alonso Carrió embarcó hacia América en 1736, cuando tenía
unos 20 años. Primero estuvo en México y luego en Perú desde donde llevó a cabo
varias misiones comerciales en Chile y Buenos Aires. Posteriormente obtuvo el
cargo de Segundo Comisionado para el arreglo de Correos y ajuste de Postas
entre Montevideo – Buenos Aires – Lima (misma ruta que sigue en el libro),
circunstancias que lo convierten en un gran conocedor del territorio tanto
desde su perspectiva comercial como de funcionario.
Mientras se recorre este itinerario en El lazarillo Carrió nos va ofreciendo abundante información sobre
distancias geográficas entre poblaciones, paisajes, construcción de las ciudades, sobre la salubridad del agua o sobre la flora y fauna. Por lo que
respecta a la población se nos da cuenta del número de habitantes, su forma de ganarse la vida ─ prestando especial atención al comercio de mulas sobre el
que dedica un buen número de páginas─, sus hábitos alimenticios ─resaltando el
excesivo consumo de vacuno─, su vestimenta y sus formas de diversión, entre otros aspectos.
La población que va describiendo la clasifica por razas o castas y es a partir de estas descripciones donde se
aprecia su visión claramente colonialista de la sociedad americana.
Por un lado habla de
los blancos que subdivide en españoles
europeos y españoles americanos o criollos.
A los primeros, que considera superiores
a los romanos, intenta siempre defenderlos de las acusaciones que se les
hacían sobre todo desde Europa. Se observa en todo el libro una sobrevaloración
de lo español especialmente manifiesta en los capítulos XVII, XVIII y XIX en los que los exonera
de las acusaciones en torno a los repartimientos, la esclavitud de los indios y
los obrajes. Por lo que respecta a los criollos, aunque
reconoce su rivalidad con los peninsulares, adopta una actitud conciliadora en
el enfrentamiento entre gachupines y criollos y los defiende de los falsos
juicios que circulaban por Europa.
En
segundo lugar están los indios a
quienes en ocasiones distingue entre indios ‹‹civilizados›› e indios
‹‹bárbaros››. En general los considera holgazanes, falsos creyentes, idólatras, crueles, vengativos,
traidores, ladrones, borrachos, entre otros distintivos. No obstante, también
menciona algún rasgo positivo como su inteligencia, su habilidad para las artes
y su capacidad de sacrificio y obediencia. Dentro de este grupo también hace
alguna alusión sobre los mestizos a
quienes califica ‹‹peores que gitanos›› y nombra despectivamente con
el diminutivo ‹‹mesticillos››.
El tercer puesto de la escala lo ocupan los negros (libres y esclavos) y mulatos. Carrió considera a los negros
esclavos ‹‹trastos inútiles y casi perjudiciales, porque además de su natural
torpeza y ninguna práctica en los caminos, son tan sensibles al frío que muchas
veces se quedan inmóviles y helados…›› e incluso los negros civilizados ‹‹son
infinitamente más groseros que los indios››. Nos resulta muy significativo para
conocer su visión respecto al esclavismo lo apuntado al intentar describir el
número de habitantes en la ciudad de
Córdoba: ‹‹…pero en las casas principales es crecidísimo el número de esclavos,
la mayor parte criollos, de cuantas castas se pueden discurrir, porque en esta
ciudad y en todo el Tucumán no hay la fragilidad de dar libertad a ninguno…››,
ideas que se reiteran a lo largo del libro.
Otro aspecto que muestra su visión de superioridad como español europeo lo podemos observar en
sus comentarios respecto a las lenguas autóctonas que considera necesario
abolir ‹‹… se debía poner el mayor conato para que olvidasen enteramente su
idioma natural›› y culpa a los misioneros por permitir mantenerlas y no imponer el castellano.
Podemos concluir diciendo que Carrió desarrolla toda esta abundante información con una prosa que destaca por su claridad expositiva, sin dejar de lado
la inserción de chistes, refranes y anécdotas que hacen muy amena su lectura.
Se trata de una obra que además de ciertos valores científicos reúne valores
literarios que la convierten en un libro
de viajes muy singular y por supuesto muy diferente a los de su época.