Fotografía de Damián Aguilar
Era extraño, decididamente extraño, ver aquellas cajas de cartón de todos los tamaños posibles en el recibidor de la casa. Quim había embalado todas sus pertenencias; en aquellas cajas estaban su ordenador, su guitarra, sus estanterías, sus discos, su ropa… Toda una vida embalada, pensaba su madre mientras sumergía y rescataba la bolsa de manzanilla de la taza de agua hervida, toda una vida de veintitantos años metida en cajas.
Quim apareció en ese momento por la puerta abierta, ni siquiera miró en dirección a su madre, dobló las piernas, izó otra caja con los brazos y echó a caminar hacia el ascensor. Ángela llevaba días sin entrar en la habitación de su hijo, sentía una especie de opresión en el pecho al ver la estancia vaciada, era como si hubiera pasado por allí un ciclón y hubiera arrasado con todo, pero lo único que había pasado era el tiempo, aunque no a gusto de todos.
Se quedó mirando la fina llovizna que empañaba el cielo y pensó en su marido, con él vivo la cosa sería diferente, podría tomar distancias, podría tomarse la decisión de su hijo con una mezcla de eso, de distancia y de orgullo… tan joven y ya con las ideas tan claras, pero es que claro, una pérdida tan prematura como la que habían sufrido le había cambiado el carácter, lo había hecho mayor de golpe, pobre muchacho. Luego se quedó con la mente en blanco, se detuvo incluso el movimiento de yoyó de la bolsa en la taza, miraba la lluvia y no pensaba en nada. Fue la voz de su hijo la que la despertó con una información algo más práctica.
-El maletero está lleno, mamá. Volveré si puedo por la tarde y haré otro viaje.
-No me moveré de casa, no te preocupes.
-Además he de irme ya, Clara me estará esperando para comer.
-No te preocupes, hijo, nos vemos luego.
-Hasta ahora.
La corpulenta figura de su hijo despareció con una caja en los brazos, el silencio volvió a la casa. La madre bebió un sorbo de manzanilla y se quemó los labios. Su mirada restó estática mirando la jaula vacía donde antes cantaba un periquito. Ya estaban todos, todos los que a fin de cuentas iban a estar. La madre, la taza, y la jaula vacía.
-El maletero está lleno, mamá. Volveré si puedo por la tarde y haré otro viaje.
-No me moveré de casa, no te preocupes.
-Además he de irme ya, Clara me estará esperando para comer.
-No te preocupes, hijo, nos vemos luego.
-Hasta ahora.
La corpulenta figura de su hijo despareció con una caja en los brazos, el silencio volvió a la casa. La madre bebió un sorbo de manzanilla y se quemó los labios. Su mirada restó estática mirando la jaula vacía donde antes cantaba un periquito. Ya estaban todos, todos los que a fin de cuentas iban a estar. La madre, la taza, y la jaula vacía.
muchas gracias por publicarme, Rita. un saludo
ResponderEliminarGracias a ti, Alejandro. Saludos.
EliminarUn relato impecable a mi entender. Me gustó, me entristeció y entendí a la protagonista perfectamente. Y es que, qué solas se quedan las casas cuando los hijos se van!
ResponderEliminarSaludos.
Gracias por tu comentario Ohma. Un abrazo.
EliminarRelato excelente y real que deja un sabor triste, intenso. Como Ohma he podido entender perfectamente a Angela y he sentido el ardor de la manzanilla en los labios. Pero a los hijos hay que dejarlos volar. Mis felicitaciones al autor. De nuevo te saludo Rita en esta tarde oscura veneciana
ResponderEliminarMuchas gracias Chusa. Un fuerte abrazo.
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