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18 de agosto de 2014

Temores infundados



Por Francisco de Rivera






La madre de Abel era modista, colgaba las prendas en las que trabajaba sobre maniquíes, y allí dormían, dando al pasillo.

El pequeño Abel imaginaba, como El Quijote, que aquellas siluetas que veía de reojo al pasar por delante, camino de la cama, eran los malos, que venían a llevárselo, y aceleraba el paso, muerto de miedo.

Ya crecido, lo recordaba y no podía evitar reirse de sus temores infantiles. De mayor, el miedo y la ansiedad le privaban a menudo del sueño. Tuvo que desandar los años para que el adolescente que fue le hiciese ver que sus temores de hoy eran como la sombra del maniquí de su infancia: sólo existían en su imaginación (de adulto) y cobraban vida cuando él se la daba; vistos de cerca, juzgados racionalmente, no existían, sólo eran telas.



Francisco de Rivera (Oviedo)


7 comentarios:

  1. Es cierto, solemos perder la perspectiva de las cosas y las magnificamos.
    De adultos sigue siendo nuestra parte niño la que tiene miedo.
    Muchos saludos.

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  2. Crec que s'atribueix a Madame Curie que deixem de témer allò que hem après a entendre.

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  3. Que relato tan visual. Mientras lo leo veo las sugerentes imágenes de esos miedos infundados. Casi todos lo miedos lo son. Y nos incapacitan para la felicidad.

    Debemos desandar todos los caminos que haga falta para acercarnos al origen de esos miedos y descubrir que no hay nada que temer.

    Un beso,

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  4. Así de irracional es el miedo algunas veces, que hace falta recurrir a la irracionalidad de los temores infantiles para comprender cómo nos sugestionamos sin causa, aunque no siempre el miedo es injustificado, en ocasiones es tan racional como fundadas sus causas. Otra cosa es que nos dejemos dominar por él.
    Saludos.

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  5. Es extraño, hay cosas que querríamos ver como cuando eramos niños y otras que no, parece que fue una época de muchas ideas equivocadas o confusas.
    Un buen relato, sí señor.
    Un abrazo.
    HD

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  6. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. A mí también me parece un relato muy gráfico y certero. En cuanto lo leí no pude evitar hacer una regresión a mi niñez y rememorar esos "gigantes" que habitaban en mi casa por las noches recostados sobre una silla... Gracias Francisco por compartirlo.

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