Pedro Olalla, en De senectute politica, también recurre a un modo griego, en este caso al género epistolar. Partiendo de unos versos de Safo, hallados en unos fragmentos de papiro reutilizados para amortajar una momia de Egipto, un Ático del siglo XXI (es decir, el propio autor) remite una misiva al gran pensador latino, con quien entabla un vívido diálogo.
Pero su epístola no es solo una apología a la vejez, como algunos apuntan, sino que se sirve de ella para mostrarnos la actual versión de una degenerada democracia. Aborda en su libro temas como la corrupción política, la precariedad bajo la que vive gran parte de la sociedad, la necesidad de más cooperación ciudadana, el servicio que prestan hoy los ancianos en nuestras sociedades, la inigualdad de género, la urgencia de un cambio de mentalidad y de actitud por parte de los ciudadanos, entre muchos otros temas esenciales.
Pedro Olalla escribe un sabio ensayo filosófico que absorbe nuestra atención a lo largo de sus noventa páginas, tanto por la lucidez de sus argumentos como por la belleza de su prosa, en el que intercala leyendas, como la que reproducimos a continuación:
"Por esas esquirlas, como si se tratara de una escena pintada sobre un ánfora rota, conjeturamos que la Aurora se enamoró del apuesto Titono, y que, para poder gozar eternamente de su amor y de su compañía, llegó a rogarle a Zeus que lo hiciera inmortal. El soberano olímpico accedió, y Titono fue dispensado de la muerte, pero no quedó libre del tiempo y la vejez. Así que, año tras año, envejecía al lado de su joven esposa —eternamente joven—, sintiéndose atrapado en un destino extraño y trágico, ajeno a los mortales tanto como a los dioses. Consumido y decrépito, acabó recluyéndose en su lecho, donde continuó menguando, y donde, cada noche, seguía visitándolo la compasiva Aurora, a la que no podía hacer llegar más que un quejido arrancado con esfuerzo de sus abatidas entrañas. Un dios —no sabemos quién fue— se apiadó de él y lo mudó en insecto, en adusta cigarra, que desde entonces gime con desgarro y vive de las gotas de rocío que la Aurora derrama como lágrimas. A esto se añade un autor del tiempo de Nerón —entretejiendo el mito de Titono con el de la Sibila cumana— que aquello que repite con cadencia tenaz la voz de la cigarra (¡Mori…, Mori…, Mori…!) no es otra cosa que una súplica para que su muerte no siga demorándose."
Todo un hallazgo que leí hace meses y que hoy comparto aquí.