Por Maite Mateos
Asegura que me quiere igual que siempre, tal vez más que antes pero, que quizá, nuestros caminos debieran separarse para siempre. Sus oscuras palabras cargadas de pesadumbre, desasosiego e insatisfacción, llegan a mis oídos y se introducen en mi interior como la afilada hoja de un acerado puñal. Y no entiendo nada. Solo sé que le quiero y que la idea de la separación está muy alejada de mis pensamientos, por mucho que reconozca que alguna vez aparece en ellos como una nebulosa amenazante. Una oscura nebulosa a la que condeno al destierro sin contemplaciones ante la angustia atenazante de la sola idea del distanciamiento y la separación. Entonces solo queda un dolor punzante, cortante en lo más profundo, como el que infligiría la fina hoja de doble filo de un largo puñal. Y la incomprensión. Si yo no quiero y él no quiere, si yo le quiero y él me quiere ¿Qué necesidad hay de separarse?
Y él insiste en que no quiere, pero debe y yo continúo sintiendo la fría amenaza del afilado puñal cerniéndose sobre mí.
Cargada de angustia y muy profunda. Es cierto, el puñal tiene dos filos y hiere a las dos partes.
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