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29 de enero de 2014

Una tarde con Marta




El día está gris como su humor. No hay nada con lo que tenga más empatía que con el clima. El router vuelve a fallar y no sabe en qué invertir el tiempo que falta hasta que caiga la tarde. Mira a través de la ventana como si esperara encontrar en el vacío en el que enfoca sus pupilas algo que la anime, que la saque del hastío pero su agitada respiración entela los cristales y con gesto aireado los oculta tras las cortinas.

Mira a su alrededor. Debajo de la cama asoma la caja de plástico en la que había guardado las cosas que no quería tener a la vista, tonterías de cuando era niña. No le resulta fácil deshacerse de ellas pero, como los recuerdos que nos hacen daño, si están escondidas se olvida de que existen. Se sienta en el suelo y con las piernas estiradas se apoya contra la pared. Su atención, intermitente, se dirige hacia la caja. ¿Para qué abrirla?, se pregunta, pero hoy el tedio vence. La arrastra hacia sí y retira la tapa.

Con una mueca parecida a una sonrisa extrae de su interior las zapatillas de punta que utilizaba en sus clases de ballet. Se las acerca a la cara para sentir la caricia del raso melocotón y después las coloca sobre la cama. Saca los vídeos de Caótica Ana y Báilame el agua, las entradas a sus primeros conciertos, los cómics de Mihona Fujii que solía comprar los sábados por la tarde con ella, y el sobre en el que guardó algunas de sus fotografías. Una mezcla de melancolía y rabia le encoge el estómago y sin abrirlo lo tira al suelo. Nunca le perdonará a su madre que desapareciera. Intenta cerrar la caja pero un destello color púrpura se lo impide. Mira fijamente al que había sido su fiel confidente. Ya no lo necesitas, se dice así misma con ese tipo de orgullo con el que nos dirigimos a los pequeños cuando creemos habernos hecho mayores. Pero el terco tedio vence de nuevo.

Marta abre el diario en el que escribió sus ilusiones, fantasías, anhelos, frustraciones, amarguras; algunas de las vivencias e invenciones que la convirtieron en la adolescente que es hoy. Mientras lee se afloja, se ablanda, se abandona y sin apenas darse cuenta ya ha caído la tarde.


(Relato publicado en Revista Vórtice, Nicaragua)


27 de enero de 2014

Las diosas de cada mujer


Ya hemos comentado en alguna ocasión que a lo largo de la historia literaria los mitos se han utilizado, e interpretado, con distintos fines. Pues bien, la doctora en medicina, psiquiatra y analista junguiana estadounidense Jean Shinoda Bolen, en su libro Las diosas de cada mujer (Editorial Kairós), los utiliza para mostrar los patrones internos que configuran los diferentes tipos de personalidad, representándolos mediante siete diosas arquetípicas.



Según afirma Jean Shinoda, estos poderosos patrones internos son responsables de las principales diferencias entre las mujeres. Para ella las diosas griegas son imágenes de mujeres que han vivido en la imaginación de la humanidad durante más de tres mil años y siguen en el inconsciente colectivo como arquetipos. 

Además, argumenta que todos estos patrones pueden estar presentes a la vez en una misma persona e intenta que cada mujer identifique su patrón dominante de forma que pueda superar dicotomías restrictivas de su carácter.

‹‹Lo mismo que las mujeres solían ser inconscientes de los poderosos efectos que tenían en ellas los estereotipos culturales, pueden también ser inconscientes de las poderosas fuerzas internas que influyen en lo que hacen y en cómo se sienten. Estas fuerzas las introduzco en este libro bajo la forma de diosas griegas.››

La autora clasifica estas diosas en tres grupos. Por un lado estarían las diosas vírgenes: Artemisa, Atenea y Hestia. Por otro, las diosas vulnerables: Hera, Démeter y Perséfone (de la que ya hemos hablado). Y por último el grupo de las diosas alquimistas constituido por un solo miembro: Afrodita, diosa del amor (conocida como Venus), la más bella de las diosas, mujer creativa y amante; musa de poetas, escultores, pintores, músicos y soñadores.

Nacimiento de Venus

En las páginas dedicadas a cada una de ellas nos habla sobre el mito, sobre el arquetipo y sobre cómo el patrón se manifiesta en las distintas facetas (en el amor, en el trabajo, en la creatividad, en la relación con otras personas…) y en cada etapa de la vida (niñez, adolescencia, juventud y madurez), las dificultades psicológicas que puede representar si es dominante y las vías de desarrollo si es carente.

Para Jean existe una heroína potencial en cada mujer, esa heroína es ‹‹...la dama principal de la propia historia de su vida en un viaje que empieza con su nacimiento y continúa a lo largo de su vida. La heroína toma forma a través de sus decisiones y de su aptitud para aprender de la experiencia…››

Pero no os preocupéis chicos, esta autora de sonrisa radiante no se limita a las mujeres, también ha publicado un libro para vosotros: Los dioses que habitan en cada hombre.


Jean Shinoda





23 de enero de 2014

Váyanse a casa, aquí no hay nada que ver


Hace poco más de un año escribíamos sobre uno de los primeros libros editados por la editorial independiente cordobesa Bandaaparte Editores, cuya filosofía es publicar a quienes ellos llaman "no-escritores", es decir "creadores que proceden de otras disciplinas artísticas y que en algún momento canalizan sus inquietudes a través de la literatura".

Hoy dedicamos unas breves líneas a otro de sus libros, publicado recientemente dentro de su colección de narrativa.



Cubierta del libro (fotografía de Bandaàparte Editores)

Váyanse a casa, aquí no hay nada que ver está compuesto por cuatro relatos hilvanados a través de un narrador/personaje. La historia marco “Repartidor” nos presenta a un chaval de dieciocho años recién cumplidos que pasa el verano trabajando en un hotel. A partir de este relato, su protagonista, perdido entre la realidad y la invención, irá tejiendo los otros tres: “La elección de Talbot”, “Óscar” y “Como escamas de sardina”.

Las cuatro historias, bañadas de rojo, muestran los pasajes oscuros de unos personajes esencialmente desubicados que navegan en aguas furiosas. Sus actos parecen estar al servicio de vivencias, almacenadas en sus memorias, que en algún momento nublaron/quebraron sus mentes.

Los escenarios en los que transcurren los acontecimientos son cotidianos y fácilmente imaginables, aquel típico hotel costero, el patio de un colegio, merenderos, chiringuitos, una casa en la sierra… Y aunque no hay referencias geográficas concretas que nos permitan situarlos con exactitud intuimos que bien podrían estar inspirados en la Málaga natal del autor, Sergio Albarracín, conocido artísticamente como Elphomega y referente del hip hop nacional, quien además ha ilustrado este libro de relatos.


Sergio Albarracín leyendo un fragmento de su libro en Pequod Llibres, Barcelona

Por sus páginas pasean camuflados personajes de cómics, títulos de películas, de canciones, de artistas... toda una serie de referentes de la década de los ochenta, época a la que nos trasladan los cuentos.

En el vocabulario, respetando el decoro lingüístico de los personajes, se incluyen extranjerismos y términos propios del argot juvenil de la época. Todo ello enmarcado en una prosa sencilla, sin artilugios, en la que abundan los símiles, las imágenes, las incursiones del narrador e incluso fórmulas cercanas a las utilizadas en los textos de transmisión oral.


Presentación del libro en Pequod Llibres, Barcelona

Finalizamos nuestro post de la misma forma en que lo hicimos hace poco más de un año, facilitándoos el enlace a Bandaàparte Editores para quienes se quieran dar el gusto de tener en su biblioteca un ejemplar de las cuidadas ediciones que hacen.




20 de enero de 2014

La jaula vacía



Por Alejandro Vargas



Fotografía de Damián Aguilar


Era extraño, decididamente extraño, ver aquellas cajas de cartón de todos los tamaños posibles en el recibidor de la casa. Quim había embalado todas sus pertenencias; en aquellas cajas estaban su ordenador, su guitarra, sus estanterías, sus discos, su ropa… Toda una vida embalada, pensaba su madre mientras sumergía y rescataba la bolsa de manzanilla de la taza de agua hervida, toda una vida de veintitantos años metida en cajas.

Quim apareció en ese momento por la puerta abierta, ni siquiera miró en dirección a su madre, dobló las piernas, izó otra caja con los brazos y echó a caminar hacia el ascensor. Ángela llevaba días sin entrar en la habitación de su hijo, sentía una especie de opresión en el pecho al ver la estancia vaciada, era como si hubiera pasado por allí un ciclón y hubiera arrasado con todo, pero lo único que había pasado era el tiempo, aunque no a gusto de todos. 

Se quedó mirando la fina llovizna que empañaba el cielo y pensó en su marido, con él vivo la cosa sería diferente, podría tomar distancias, podría tomarse la decisión de su hijo con una mezcla de eso, de distancia y de orgullo… tan joven y ya con las ideas tan claras, pero es que claro, una pérdida tan prematura como la que habían sufrido le había cambiado el carácter, lo había hecho mayor de golpe, pobre muchacho. Luego se quedó con la mente en blanco, se detuvo incluso el movimiento de yoyó de la bolsa en la taza, miraba la lluvia y no pensaba en nada. Fue la voz de su hijo la que la despertó con una información algo más práctica.

-El maletero está lleno, mamá. Volveré si puedo por la tarde y haré otro viaje.

-No me moveré de casa, no te preocupes.

-Además he de irme ya, Clara me estará esperando para comer.

-No te preocupes, hijo, nos vemos luego.

-Hasta ahora.

La corpulenta figura de su hijo despareció con una caja en los brazos, el silencio volvió a la casa. La madre bebió un sorbo de manzanilla y se quemó los labios. Su mirada restó estática mirando la jaula vacía donde antes cantaba un periquito. Ya estaban todos, todos los que a fin de cuentas iban a estar. La madre, la taza, y la jaula vacía.

17 de enero de 2014

Tempus fugit



Por Francisco de Rivera






Siendo ya mayor, le intrigaba el hecho de no tener las mismas sensaciones del mundo que lo rodeaba que cuando era pequeño: los olores y sabores, las texturas, el frío sano en invierno, el primer aliento de la calle al salir del portal, todo aquello que tanto lo reconfortaba, que le sazonaba el quehacer diario y lo educaba a vivir y a sentir, era ahora lección tomada y rutina para los sentidos.

El puchero hirviendo, la cebolla cortada, la fruta fresca, los geranios del patio, las sábanas limpias, el betún de los zapatos, la colonia de los domingos, el vapor de la plancha, la lejía del suelo, el barniz del mueble, el alcohol del practicante, el olor a niño pequeño, el pegamento de los cromos y la gasolina con que le limpiaban el chapapote de los pies en verano... impresiones de antaño que venían ahora, pasado el tiempo, a llamar de nuevo a su puerta, con menos ahínco que entonces, ¿por qué?

Rebuscó en las entretelas de sus recuerdos tratando de revivir aquello que sabía era imposible, entregándose a una batalla perdida de antemano. Echó cuentas, pisó firme, midió sus fuerzas, miró al frente (en realidad, a su interior) se tentó la ropa y concluyó que su intento de fuga al pasado bien valía el envite.


Relato y fotografía de Francisco de Rivera (Oviedo)









13 de enero de 2014

Diálogos con Leucó


"¿No te has preguntado por qué un instante, similar a tantos del pasado, deba de golpe hacerte feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo en la senda que recorriste todos los días durante años, y llega un día en que el hastío te deja, y tú acaricias el viejo tronco con la vista, como si fuese un amigo recobrado y te dijera la palabra justa que tu corazón esperaba. Otras veces es la ojeada de un transeúnte cualquiera. Otras la lluvia que insiste hace días. O el grito estrepitoso de un pájaro. O una nube que jurarías haber visto ya. Por un instante el tiempo se para, y esa cosa trivial la sientes en el corazón cual si el antes y el después ya no existieran."


Fragmento de "Diálogos con Leucó"
Cesare Pavese


Cesare Pavese

2 de enero de 2014

Felicidad



Por Jordi Rivera






La felicidad es la única cosa inmensa que a los humanos nos puede caber en el tamaño de una mano. Nuestro drama es que somos incapaces de mantener las manos eternamente cerradas.


Jordi Rivera (Barcelona)