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17 de enero de 2014

Tempus fugit



Por Francisco de Rivera






Siendo ya mayor, le intrigaba el hecho de no tener las mismas sensaciones del mundo que lo rodeaba que cuando era pequeño: los olores y sabores, las texturas, el frío sano en invierno, el primer aliento de la calle al salir del portal, todo aquello que tanto lo reconfortaba, que le sazonaba el quehacer diario y lo educaba a vivir y a sentir, era ahora lección tomada y rutina para los sentidos.

El puchero hirviendo, la cebolla cortada, la fruta fresca, los geranios del patio, las sábanas limpias, el betún de los zapatos, la colonia de los domingos, el vapor de la plancha, la lejía del suelo, el barniz del mueble, el alcohol del practicante, el olor a niño pequeño, el pegamento de los cromos y la gasolina con que le limpiaban el chapapote de los pies en verano... impresiones de antaño que venían ahora, pasado el tiempo, a llamar de nuevo a su puerta, con menos ahínco que entonces, ¿por qué?

Rebuscó en las entretelas de sus recuerdos tratando de revivir aquello que sabía era imposible, entregándose a una batalla perdida de antemano. Echó cuentas, pisó firme, midió sus fuerzas, miró al frente (en realidad, a su interior) se tentó la ropa y concluyó que su intento de fuga al pasado bien valía el envite.


Relato y fotografía de Francisco de Rivera (Oviedo)









2 comentarios:

  1. Un texto precioso que me ha trasladado al olor del puchero de mi madre y al álbum de cromos mancomunado con hermanos...
    Me ha llamado la atención porque yo escribí hace tiempo algo con el mismo título (y mucho peor contenido)
    Buscaré al autor del relato.
    Aprovecho para decirte que tienes un blog muy interesante.
    Saludos.

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    1. Muchas gracias, María. Al autor le gustará mucho tu comentario, estoy segura. Y muchas gracias por la visita. Un abrazo.

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