“Nadie puede escribir hasta que no ha perdido un lugar” afirma Álex Chico en su último libro Un final para Benjamín Walter, obviamente, otorgándole al último término de la frase el sentido más amplio.
Tal vez sea esa
particular circunstancia —haber perdido un lugar— la
que también dota al autor de la capacidad necesaria para actuar durante sus
viajes, que a posteriori positiva en
imágenes narradas, como un auténtico flâneur. Una actitud que todo lector de
este libro debería adoptar para poder apreciar la inmensa acumulación de
detalles, matices, contrastes y huellas que aparecen en la geografía de esta
obra que, a simple vista, parecería perderse
entre el ensayo, el diario, la crónica de viajes, la novela… , pero que lo
cierto es que huye de todas esas etiquetas convencionales sobre géneros
literarios porque sabe muy bien hacia donde navega.
Se diría que el
libro, atendiendo a esas mismas etiquetas, se sitúa en
tierra de nadie, en una región inhabitada, en esa delgada línea a la que tan a
menudo alude el propio autor para definir un espacio en el que la presencia de
lo ausente se hace tan latente. El mismo “lugar” que ya nos mostró en Un
hombre espera, libro que alberga no pocos paralelismos con este. Pero, quizá
me equivoque —cuántas veces en un escrito ajeno vemos aquello
que nuestro universo interior nos quiere mostrar ¿verdad? y que se aleja tanto
de lo que otros perciben—. Porque lo cierto es que,
tras una lectura atenta, también una se cuestiona si lo que en realidad
pretende Álex Chico es novelar a través de aparentes recursos
formales utilizados en otros géneros. En cuyo caso sería una de tantas
licencias que el autor se podría permitir, como buen poeta que es.
El “motivo” de viajar a Portbou fue “identificar la culpa y señalar al culpable” nos dice en sus primeras páginas. Aunque parezca paradójico, poco importa si finalmente consigue justiciar al o a los presuntos asesinos del personaje que lo llevó hasta allí, lo significativo será el viaje, como Cavafis, en otro contexto, también nos sugiere. Lo mismo sucede con la lectura de este libro. Avanzamos entre sus páginas con la ambición de que nos esclarezca episodios ocultos de nuestra reciente historia y, como el narrador, nos abandonamos ante una suerte de sensaciones no vividas, pero experimentadas, que poco a poco nos alejan del motivo inicial que nos llevó a su encuentro. Con él, nos adentramos y perdemos en otros bosques.
El “motivo” de viajar a Portbou fue “identificar la culpa y señalar al culpable” nos dice en sus primeras páginas. Aunque parezca paradójico, poco importa si finalmente consigue justiciar al o a los presuntos asesinos del personaje que lo llevó hasta allí, lo significativo será el viaje, como Cavafis, en otro contexto, también nos sugiere. Lo mismo sucede con la lectura de este libro. Avanzamos entre sus páginas con la ambición de que nos esclarezca episodios ocultos de nuestra reciente historia y, como el narrador, nos abandonamos ante una suerte de sensaciones no vividas, pero experimentadas, que poco a poco nos alejan del motivo inicial que nos llevó a su encuentro. Con él, nos adentramos y perdemos en otros bosques.
No, no pretendo,
con lo que he escrito anteriormente, ni tampoco lo hace el autor en su libro, restarle
importancia o justificar la desmemoria sobre los hechos acaecidos en los últimos
días de septiembre de 1940 en Portbou. Ni concuerdo con lo que muchos, como Stéphan
Mosès (profesor de literatura alemana y comparada de la Universidad Hebrea de
Jerusalén), reiteran acerca de la carencia de pruebas sobre su presunto
suicidio: “¡Qué más da! Hay muchas cosas que no se pueden probar ¿Y qué?” (testimonio que aparece en el magnífico documental de David Mauas Quién mató a Walter Benjamín). Pero
ante tanta, aparentemente intencionada, carencia de pruebas que aporten un poco de luz a
los sucesos, lo que prima tal vez sea alumbrar el legado que nos dejó el
filósofo. Y eso es lo que precisamente Álex Chico consigue. Novelar, a través
de sus propias experiencias, las teorías filosóficas de Walter Benjamín. El
protagonista/narrador/autor de este libro se muestra como el “sujeto” de la
historia en Walter Benjamin. Es en él en quien brota esa “semilla” que lo
invita a cuestionar el pasado para comprender un poco mejor el presente. Y lo
hace atendiendo a sus premisas: “La aparición de un sujeto de la historia tiene
lugar solo si el candidato para llevar a cabo la tarea es investido por un
conocimiento que le viene del pasado” o “Quien solo haga el inventario de sus
hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus
recuerdos perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán
exponerse en forma de relato, sino señalando con exactitud el lugar en que el
investigador logró atraparlos”, entre otras que quedan expuestas, no
necesariamente de forma literal, entre sus páginas que no escapan a nuestra
atención.
Relato y vida se funden en un mismo lugar para mostrar desde otra dimensión lo acaecido. Chapeau!
No parece haber dudas en cuanto a su decisión final, pero fue un personaje que ha dejado una influencia importante, en parte por esa decisión.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Alfred. Un abrazo.
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